Decía
que mañana será distinto. Empezando por levantarse temprano, tomar café,
desayunar a medias y en lugar de baño de tina, un regaderazo. Será un día de
cambio, por lo menos de hotel. El rezago es al empacar objetos que al momento de
acomodar, parecen multiplicarse, o el espacio en las maletas reducirse. Una
serie de cosas suceden en los viajes consecutivos. Yo disfruto viajar pero una
de las cosas que más me cansa, es empacar, desempacar, volver a empacar, y
desempacar…incesantemente; de tal forma que ya no se sabe dónde quedaron las
cosas, los acomodos anteriores se van perdiendo entre las prisas, el olvido o
subsecuentes acomodamientos de objetos, fragancias, zapatos, sandalias
obsoletas que han sido abandonadas a propósito en algún closet, buró, basurero
de hotel. Están también las resientes adquisiciones; una gargantilla de piedras
pulidas hasta la geometría del vidrio, las playeritas que no sé si usarán las
niñas chinas, lo que pensé para los demás y no compre por la economía maltrecha.
Mañana
iremos a otro hotel en Bahía Esmeralda, tendremos una semana más desempacada. Hoy no importan los
acomodos sino hasta el final que se pospone siempre.
Durante
la ostentosa semana que comienza, me hartaré de algo, estoy segura. Dos semanas
de ir y venir por los jardines bien plantados, albercas al día con peces
cultivados, el aroma a limpieza hecha por alguien más, las sabanas suaves
cambiadas a diario, la inmediatez de tomar el teléfono y reportar desperfectos,
es que sí, algo hastía sentirse así, no ser capaz de irse, irse ya, antes de
que terminen las dos semanas de playa, irse, porque no, allá, aquella ciudad en
las montañas, entre las paredes agrietadas por la negligencia del gobierno y
los propietarios de las casas, para ser precisos, irse a Morelia, al barrio de
tercera, donde nunca se termina de construir y las casas ya están en
decadencia, las calle, las aceras también tienen fragmentos en construcción
desde hace no sé cuantas décadas; la casa sigue inconclusa, no hace mucho
fuimos a verla y estaba casi terminada, es una lástima que la planta alta esté
al concreto crudo, sin pintura. La planta baja se ha puesto habitable. El
exterior nunca se pintó y las paredes están llenas de grafiti. Hay decadencias
y nostalgias que se añoran.
Beatriz
Osornio Morales