Alegría
dominical
Me encuentro terriblemente capaz de disfrutar el domingo en la mañana. Como nunca percibo cada uno de sus sonidos. Su lánguida música se comunica con una melancolía azul en mi
pulmón derecho, en mi opinión eso es un buen augurio.
Dulces suenan los acordes de luz en una guitarra que debe ser negra, es
la voz de Rod Stwart, el viejo Rod.
Una multitud de palabras se despiertan con cada acorde, y esperan en un lugar inmediato de mi
diafragma a que termine de limpiar, ordenar, pulir, y sujetar las agujetas a los zapatos de
Markos, mientras tanto, todo lo que percibo es alma. Alma robada lo que veo, lo
que toco, alma el zapato y la esponja que limpia, alma el jugo de la piña
rebanada, alma extraña además de la mía la del armario lustrado.
Me hace ilusión descubrir que hay otra realidad mostrándose lívida en
las cosas más insignificantes.
Como decir: “No quiero hablar de eso” Rod, ya lo has dicho, viejo lobo
romántico a quien le duelen las caricias que canta.
El sol hace rato que salió y está
cerca del centro del cielo. Bandadas de aves regresan con la primavera de
alguna parte en el sur, por la ventana veo que se posan en los cables de
electricidad. Me pregunto si aquí acaba su travesía, contra unos muros grises
de concreto.
He terminado de limpiar y me disponía a copiar las palabras surgidas de
la música, las ideas maravillosas que se me ocurrieron mientras escuchaba a Rod
Stwart, pero estas impacientes ninfas se marcharon sin aviso, dejando un halo
de polvo en mi mente como única huella. ¿A dónde habré de seguirlas?
Ante la imposibilidad de ofrecer un concierto, me temo que vamos a
quedarnos con solo el alma de las cosas
que se perciben en su momento. Después de todo es domingo.
Beatriz Osornio Morales.imagen de la red.