Este relato fue escrito con cariño y respeto en memoria de mi abuela. que está en el cielo.
Dedicado a Judith, M.Magdalena, y quien quiera que reconozca a Lucía.
"¿Qué es el pasto
Lucía?". Es la luz que penetra las gotas del rocío; La luz verde que se hace
hoja, raíz de hoja y de agua para alcanzar a escuchar al hongo brotando de la
tierra.
Yo soy Lucía, salgo temprano por la
puerta del sueño y del verano, a recoger hongos frescos del llano.
Cuando regreso con la canasta
llena, encuentro a la abuela sentada junto al fogón, alimentando al fuego con
sus manos santas, entumecidas por la terquedad de los años y el trabajo, su
delantal de lunares diminutos, trenzas largas, y su imagen de mujer amorosa
iluminada por el reflejo del fuego. Hoy parece haber olvidado la muerte
del abuelo, me recibe con una sonrisa desdentada. Cuando uno de sus nietos le ha
traído un regalo, se alegra tanto que no quisiera deshacerse de su contento;
sea un caramelo, un tamal, una bolsita de colación o un ramillete de flores del
huerto, se apresura a esconderlo en alguna de las ollas pendientes de la pared,
está segura de que esa alegría le durará para siempre, y calmará cualquier
tempestad o cualquier hambre venidera.
Pasan los días y los atardeceres
fríos vienen con cortaduras de hielo, estos van doliéndole cada vez más en las
rodillas, hundiendo sus estillas hasta los huesos, "como trizas aventadas al
río" dice. "Aquí, por la noche las estrellas son tan cercanas que se figuran salir de
nuestros ojos a reflejarse en la profundidad del azul; sólo por eso se sabe
que ya pronto vendrá la primavera", dice
mi abuela.
Y después, también pronto las peras y los manzanos
tiran la flor, el fruto madura con el
sol, y la abuela sigue olvidando comer los caramelos de los nietos.
"Siempre fue olvidadiza, meditabunda. Ni a palos aprenderá la mula"
decía mi abuelo, que desatinaba ante la
lentitud de Leonor.
Traigo los hongos que salí a
juntar en la mañana, digo. Soy Lucía y... Ella habla como si no hubiera escuchado lo que
digo.
"Ha hervido ya la leche y Cristóbal
sigue todavía en el huerto, escarbando vida, aguamiel del corazón del maguey y
de las piedras, una vida que no alcanza para nada, una que nos dejará sin
fuerzas, y una aguamiel amarga. Con ese hombre no se sabe cuando estar lista o
no estar".
De pronto, como un humo sofocado nos llega
el silencio, ese ruido que no dice nada pero fermenta lagrimas, Leonor baja la vista humedecida, y
suspira quedito.
"¿Qué es el pasto
Lucía?" Es la luz que penetra las gotas del rocío... "Que son las nubes?" la sombra de una luz nocturna que despereza
las azoteas, prolonga su estallido en la
costilla de los tejados, son los gatos, el mirto.
Lucía es un nombre omnipresente. Todos somos
Lucía para mi abuela que ya poco recuerda de nombres y de porvenir. Es un
nombre, es todos los nombres donde ella encuentra lo que busca a sus noventa
años, pero solamente lo pronuncia si algo la entristece de veras, sonríe y hace
preguntas como; "qué es esto o aquello", y ella misma las contesta en
la prolongación de una queja.
A mi me gusta visitar a mi abuela cuando regreso a
este lugar, y también me gusta pensar que nunca me he ido, que ella sigue
viviendo en la casa de adobe, que soy Lucía y lo sé todo a cerca del hollín y
el gordolobo, la cortinilla del olvido y las pesquisas de mi abuela, pero sobre
todo, me gusta escuchar cuando mi abuela habla de la vida como algo que yo todavía no conozco.
Beatriz
Osornio Morales