En Hampton no hay perros callejeros como en mi país. Quizá cualquier
persona se sienta afortunada de caminar por calles limpias, sin riesgo de pisar
un excremento, o encontrarse observando mancuernas a plena luz del día, o de ser envestida por el
desagradable olor de las manadas. En lugar de eso caminar escuchando el canto
de una gran variedad de pájaros que hacen pensar en que estos, se corresponden
de árbol a árbol, de techo a techo, a nido, a barda. Puede uno dejarse llevar
por el revuelo de ver caer hojas a su paso, sin que los carros disminuyan de
velocidad, y sentir bajo los pies la música de la hojarasca. En Hampton hay muchos árboles, demasiados, en
verano el verde oprime la ciudad. En la primavera cuando todo florece, esa masa
verde se convierte en alfombra de colores y fragancias que de
tantas, son irreconocibles. El otoño es
una fiesta de luces y cielos perfectos, pero no hay perros callejeros en
Hampton, si a caso, uno que otro gato vago que no se acerca.
En los parques, los comuneros sacan a pasear a sus mascotas, van preparados con bolsas de plástico en caso necesario, dejan que los niños acaricien
a los cachorros, los encuentros casuales son placenteros, supongo que cualquier persona lo agradecería, pues parece que a esta gente, es la única razón que los
saca de sus casas a caminar. Salen siempre en el carro. Llega el invierno y la
cosa no es tan cruel en Hampton, rara
vez caen fuertes nevadas, de peligro, pero el hielo sí es severo, si la gente
poco sale a caminar en otras estaciones del año, en invierno mucho menos. Un
poeta diría que el frío asusta hasta los follajes de los árboles, que se vuelven hacia sí mismos en un verdadero
sueño, el sueño de las raíces altas que salen a tomar un paseo etéreo.
Muchas especies de animales emigran de aquí, a otras
solo se les ve en su paso hacia el sur. He visto pájaros azules, les llaman
blue jays, mapaches, ardillas, pero no
sé si esas emigran; se les ve siempre y
donde quiera, petirrojos, muchos en primavera y verano, luego a principios de
otoño otras bandadas de distintos colores pasan siguiendo las ondas del calor,
es un verdadero espectáculo la
emigración, conejos también he visto
curiosear en mi patio trasero, tortugas y uno que otro gato vago que ni
excremento deja porque lo han amaestrado
para solamente hacerlo en su caja de arena.
A mi casa han llegado como tres generaciones de mantis religiosas, no sé
si porque la primera vez que vimos uno, lo adoptamos de mascota por varios
meses, le comprábamos grillos para comer (semejante barbarie, pero es lo que
comen) hasta que ovuló y se murió; el siguiente verano llegó otro mantis,
estaba en el mismo lugar que el anterior, ya no quisimos adoptarlo, a la mejor también ovuló por allí, porque
este verano pasado nos llegó la visita de otro que parecía replica del primero.
Es raro pensar en que quizá vienen siguiendo alguna señal, una brújula o su
información genética los guía hasta su destino final, literalmente.
He visto pasar las mariposas monarcas hacia el sur solamente una vez,
sentí ganas de irme con ellas pues sabía que terminarían llegando a Michoacán.
No hay perros callejeros en Hampton, y puede que alguna otra persona lo
agradezca, pero lo que es yo, los extraño. Mis vecinos tienen un puddle francés
y a veces, cuando escucho que ladra
insistente mente, voy a tocarles la puerta para que me dejen
sacarlo a pasear, confieso que más de una vez he sentido ganas de dejarlo escapar. Cuando estoy a
punto de desatarle el collar caigo a la cuenta de que una mascota no sobreviviría
largo tiempo en la calle, no aquí, regresaría fácilmente a su hogar, si no lo
intercepta antes la perrera o lo atropella un vehículo con uniformados, hay
muchos.
Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.