No
hay silencio en el mar
ni
siquiera cuando el ahogo es inminente.
La
razón es absorbida por un gran
resuello
de olas altas,
devorada
hacia un adentro impensable,
la
vida de las balsas se encuentra
aturdida,
confusa por un respirar de pulmón
azul, que jala, pulsa
y
arranca de los ojos la luz,
como
si fuera escama de pescado.
Toda
entereza se va
solo
queda el instinto,
el
animal interior se aviva,
su fonema es un latir de músculo descarnado
en
los ojos opacos.
Es
un ruido intermitente
el
ruido del mar, su sexo
agitador
de indiferencias, furia de dioses.
No
es posible ser indiferente
a
la gutural palabra de mar, grande para las balsas,
inteligible
sueño de barcas abandonadas para el náufrago.
El
mar se interna en el corazón expuesto,
y no
hay silencio, hay sal. No hay fin.
En
el mar solo hay continuidad.
Al
caer la mañana el mar retoma
la
tranquilidad.
Es
un valle de libertad para las balsas
que
sueñan.
Beatriz
Osornio Morales