Parece sencillo asumir las cosas que se dicen de las cosas, pero si lo fuera no tendríamos que decirlas,
con todo y que al hacerlo, pueden
causarse escozores, rasguños, ascensos, asco, puñaladas, caídas, o hasta un deleite que lleva la
realidad de las percepciones a un caos.
Y es que no es fácil capturar las cosas que se dicen de las cosas, son a veces
tan resbaladizas que un pez mismo las re
huye en la avalancha de las corrientes diarias. Sin embargo se encuentran donde quiera.
Las dice el empresario en su dialecto, la costurera, el licenciado, el
reportero las lleva como escamas, el ingeniero, el patroncito, el granjero, el
profesor enseña su significado, el pensador debate su grandeza, la secretaria
archiva las cosas que se dicen de las cosas, como cartas bajo la manga.
El pensamiento mismo cuesta cuando se trata de estas curiosidades, como
cuesta encender una cerilla mojada, entre tallón y tallón fumarolas de humo consuman el fósforo o el encendedor con mecanismo atorado, llenando de
su aroma la estancia, y otro tallón, otro intento interrumpido por el sonido
del agua, la tecla, los átomos internos. Alguien se lava las manos en la
habitación de al lado; al escuchar, el pensamiento ya no es el mismo, las cosas
ya no son las mismas, hora tras hora, minuto a minuto, cuesta seguir las cosas
que se dicen de las cosas porque no tienen una secuencia, sino muchas.
Podríamos perdernos en el alegato de los días, o encontrar un instante y
agarrarse a él sin importar las cosas que se dicen de las cosas.
Pero hay que ser conscientes que el cuerpo de los pensamientos es dado
al ser expuestos, por lo que los convierte esto en lo que se dice de ellos. Los pensamientos no
tienen cuerpo físico, siendo así que los
pensamientos son las cosas que se dicen de las cosas y nada más.
Beatriz
Osornio Morales