Me asomo al balcón y sorprendido de darme
cuenta de que aun estoy aquí, donde parece una eternidad la
caída del sol tras los edificios, se me ocurre que el sol es el testigo más fiel del
tiempo largo, al asecho cuando se acerca el día de partir, el día
de volver a casa.
La última noche noto detalles del
cuarto que no había notado antes, hay cosas que fácilmente pasan desapercibidas. como la sombra del candelabro que
se proyecta en el techo de forma indescriptible; es una sombra hecha
de luz, su visibilidad consiste en que las multiples cuentas de
vidrio escupen anillos luminosos sin radio propio, unos ligeramente
más radiantes que otros. el radio de la sombra es del mismo tamaño
que el del candelabro.
Sirvo un poco de whiskey en el mismo
vaso de la tarde, enciendo un cigarrillo y me pongo a fumar el
prospecto. ¿Se habrá cerrado el caso? ¿Seguirán buscando al
sospechoso de aquel crímen que por poco me deja sin sesos? Espero
que dos meses de reposo y una semana de vacaciones en un hotel, no se
vengan abajo ante la realidad que por más que lo queramos, no
cambia. Siempre habrá delincuencia y unos tontos que creemos que
pueden cambiar el mundo. En fin, no se puede contra esas dos fuerzas
contrarias, una jala en una dirección, la otra jala en dirección
opuesta, y a veces parece que se juntan. Así es la vida, y sin que la vida se considere como un
paisaje en blanco y negro, uno toma el papel, el color que
más le acomode, y se pinta de policía, de delincuente, de señora
gorda, de cortador de organza, de colaborador, de descidente, de niña
con carita de ángel, de borracho, o de imposibles puntos y aparte.
Es una lástima que el inspector me
retirara el caso cuando estaba a punto de resolverse, lo sentía,
estaba cerca de capturar al sospechoso, luego vino el breakdown
nervioso y el sospechoso se desvaneció entre las sombras del
anonimáto (al menos en mi mente).
Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.