Abre su flor de lili
mostrando
intricados santuarios de luz,
el perfume
impregna la habitación
del ensueño
sempiterno.
Con el corazón en
la boca,
enervado por la
fragancia
despierta, cuerpo
partido por un
rayo del amanecer,
alienta el
fantasma
de la hermosa flor;
en la mesa, el
computador inverna.
Al abrir
nuevamente
las persianas que
separan el mundo de los ojos,
tiende los brazos
contra la luz
ciega,
que obstinada pule las formas,
e intenta explicarse
de donde proviene
aquel perfume,
aquella sensación
en el cuerpo
de haber escalado
montes de niebla,
tan extraña,
tan suya.
Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.