Cuando era adolescente me gustaba pensar que nuestras manos
eran un reloj de
arena, por donde pasaba el
mundo, por eso nos gusta tocar, los infantes quieren tocarlo todo; incluso se meten el
mundo a la boca.
En este reloj las
horas se filtran poco a poco hasta la hora de la
vida,
ese pujido
constante de la existencia.
Hay un librito que
nunca pude escribir, la vida era
demasiado cruda entonces.
Ahora escribo, lo
escribo después de pasarte la mano
por la espalda
y sentir ese repentino escalofrío que te recorre.
Has de saber que no escribo de mi
sino de ti, escriben las manos
de arena, escriben los granos
de la vida, porque hoy escribir no
es un acto meramente narcisista, escribir es mirarte a los ojos y
saber
que mis ojos son el
manantial donde te miras,
o acaso un pabellón
de batallas entre ángeles, depende.
Los ruinosos
deprecan sobre su vida; también la
deprecación es un grano de arena,
un invento honesto
del cual dicen ellos vale la pena
maldecir.
En la ciudad se
codean los instantes, este libro no
escrito los convoca como recuerdos
exiliados en el tren, ¿recuerdas?
o una copa llena que espera en
la mesa de al lado. Y en vida todo, todo pasa por nuestras manos
florecientes, desahuciadas.
florecientes, desahuciadas.
Beatriz Osornio
Morales, imagen de la red.