Sera porque a mí me gusta mirar las voces del otoño, mirar sus movimiento tendencioso y sentir, pienso que las hojas secas sobre el pasto, no son basura, que hay que arrastrar con la arañita de alambre desde todas las esquinas, para formar una montaña crispada, meterla en una bolsa negra y depositarla en el basurero, o en la parte trasera, fuera de la vista y si es posible, fuera de la propiedad…
Son muertas y esas muertas son respetables, su caída cuenta
ininterrumpidos arrebatos de belleza, la
delicadeza del cuerpo comprimido al filo de la forma, en comparación ¿Qué peso
tienen los prejuicios de arruinar el prado verde que vendrá, de lo que se les acusa a ellas, al acumularse secas, donde luego caerá la
lluvia y las empapará dejándolas pesadas para lo que el pasto pueda soportar?
Sin contar que los perros orinan allí.
Sera porque a mí me gustan las voces del otoño, la respuesta es obvia.
Que sí, que vendrá el invierno y las muertas acumuladas en capas,
privarán al pasto del sol. Sus cuerpos comenzarán a descomponerse en manos de
los elementos, sin la luz solar, los brotes nuevos del césped no superan la
blandura del recién nacido. Finalmente, los pequeños filamentos perecerán bajo
una serie de capas de cuerpos descompuestos, pero esos mismos verdugos nutrirán
el suelo.
El viento, entre aves y corrientes no para de jugar a tocar instrumentos
y olores, de mañana a tarde arremolina sus cascadas de música en las
cabelleras. La brisa es una música de baja frecuencia que puede oírse mejor con
los ojos cerrados, así como el rumor de las hojas puede oírse mejor con los
pies descalzos.
Será porque a mí me gustan los roces del otoño…
Texto e imagen: Beatriz Osornio Morales