jueves, 29 de julio de 2010

DESAYUNO


Los pensamientos iban sucediendose lentamente, como si supieran lo que vendría después, e iluminando el cuarto con una naturalidad abstracta. A Roberto, de momento no le concernía analizar la abstracción de los pensamientos, se detenía sólo a reparar en el instante que venía sobre la línea de un sonido externo. De ese modo, el sonido de la aspiradora, el canto de un pájaro, la aceleración de los autos en la calle, no tardaban en formar parte del libro que leía al escribir.

"La plenitud del descubrimiento y las secuelas de imposibilidad que experimenta el individuo, para retener el instante, es lo que expresa el poema de Horizonte del Alma" piensa Roberto.

Con la misma desazón que el personaje del poema, Roberto advierte que el ser humano es más de lo que se ve, más de lo que de él pueden ver los ojos; un hombre es un ser de sonidos, imagenes, es el libro que lee y vive, la respiración que emite al escribir, las palabras que le alcanzan y entibian su pecho cuando lee, relee, es todo, es más... pero el porcentaje oculto del ser humano es mayor a la masa visible que le ha tocado en la repartición de la vida. Curiosamente, la parte pequeña es lo que crece, muere...Ese pensamiento lo tranquiliza, pero no del todo.

Roberto interrumpe la lectura al escuchar el ruido de la licuadora que sube las escaleras desde la cocina, seguido por un grito de Nadia, llamando a desayunar.
"¡Nadia, querida!" emite Roberto sin darse cuenta de que la aseveración a penas si es un entre dientes, que queda atorado en el libro, en la tecla, o en la intencionalidad.

Al concluír el siguiente párrafo, cierra el libro, se asoma al espejo, limpia algo invisible en el pómulo izquierdo, luego, peina sus sienes de color mezclado con los dedos. Baja las escaleras acompañado de un eco que no está seguro de donde proviene. Unos escalones antes del final, lo encuentra el olor del tocino frito, y el zumo de la fruta recién partida.

Nota que abajo, todas las ventanas estan abiertas y la luz del sol se congrega sobre la mesa puesta. Nadia le recuerda mientras sirve el desayuno, la cena con los Garcés. Roberto finge no haber olvidado. A Nadia le molesta que olvide cosas importantes, que después, pretenda tener siempre presentes, le fastidia que no se dé cuenta que de todas maneras, ella sabe que olvida, sin embargo, no reclama, sonríe y esconde la cara en el refractario de sus manos internas, para protegerla contra la veracidad del olvido.

-El desayuno fue una delicia-
-La compañía una delicia- los dos acuerdan.

Después de bajar a prepararse él mismo un sandwich semi-tostado, Roberto vierte en el vaso, jugo de naranja de un cartón refrigerado, sin sentarse a la mesa, regresa a la habitación donde desayuna a medias.

Con sentimiento de completo abandono, feliz retoma la historia que había empezado a escribir.



Beatriz Osornio Morales.


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