martes, 19 de abril de 2011


Saber…



Dicen que hubo un tiempo en que los hombres no sabían del fuego. Sabían de la supervivencia. Lo que sabían no eran llamas, eran piedras, con lo que sabían,  hacían lanzas de piedra golpeadas contra otras piedras, y emprendían viajes muchas veces sin retorno en busca de caza. Sus armas eran hondas o eran lanzas contra otras tribus o contra las pieles del mamut y el tigre de sable. El hombre sabía del agua y de la tierra para la buena caza, como surtidores de frutos. El sol no era de fuego, ellos sabían que era dios, que ese dios era algo como fuego,  era grande y era temor.

Después de muchos tiempos en que el hombre vivió sin casa, al abrigo de cuevas y pieles atravesadas por huesos, sin saber del mundo y del fuego, agradeciendo y temiendo al fuego de lo alto, deshuesando bestias como sustento, ocurrió lo inesperado. Una tarde mientras se preparaban para su próximo desarraigo en busca de caza, un hombre construía un arma de piedra, golpeaba las orillas para adelgazarla, cuidando de no romper el filamento, y en el golpe definitivo, saltó una chispa. El hombre por primera vez se maravilló del hallazgo, es posible que haya sucedido antes, pero hasta entonces, el hombre no sabía del fuego.



Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.

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