martes, 5 de julio de 2011

CATARSIS



La gente no hablaba con ella. Era raro que al verla en la calle le dirigieran siquiera la palabra. Cuando lo hacían, hablaban como se hace con alguien que está perdiendo la cabeza. “¿Estoy realmente perdiendo la cabeza?” queda siempre la duda.

Con los pasos de la gente se alejan sus miradas al anochecer. A ella, una sola pregunta la acompaña por callejones y negocios con cortinas todavía abiertas: ¿A dónde van a parar esos ríos nocturnos?

Dos niños patean una lata de refresco vacía, vigilados por una anciana sentada en un banco a la entrada del número 167 de la calle Mújica. Cuando los niños ven venir a la mujer, asustados por su cara deforme, abandonan el juego en los adoquines y corren en direcciones opuestas. Toño, el más pequeño, corre junto a su abuela. El Fer corre al tanteo “La cuestión es hacerse a un lado”

Estela busca en la cara de la anciana nonagenaria, una señal amistosa “Tampoco ella va a hablar” es inútil.

Se marcha por el mismo callejón de siempre, caminando esta vez entre derrumbes de un terremoto. Tiene suerte de estar viva. El campanario de la iglesia casi le cae encima, pero a las primeras sacudidas de tierra, se levantó y corrió. Lo que no pudo salvar fue la manta negra donde se sentaba a pedir limosna.

Los gatos habían desaparecido del cuartito durante el día. Al entrar y no encontrarlos, Anabel pensó lo peor. Al oscurecer regresaron las dos gatas siamesas que la gente confunde por ser blancas. No paso mucho tiempo para que el gato cenizo también la observara sintiéndose sola. Estela se alegró de verlos, y les sirvió leche en un tazón. Los gatos lamieron hasta la última gota de leche.

“Ven, vengan aquí, vamos a platicar un ratito; cuéntame –dirigiéndose al gato cenizo que apuró a sentársele en las piernas- ¿Allá donde andabas no te dieron leche? “No” “No existe” “Pobre cenizo” “Y dime, ¿conociste muchas gatas?” “Lo sé, el temblor sacudió muchas relaciones, cimbró esperas, derribó conversaciones…¡sh!” “Sí, sí, lo sé, otra vez el martilleo” “ no es fácil adaptarse a las restauraciones, son nuevas presencias, sobre todo para los gatos” “sh,sh,sh” “Soy tan feliz de poder hablar con ustedes”

De pronto, el pelambre del gato cenizo se eriza de manera inexplicable, el arco de su columna se levanta, como si la desconociera. “Debe haber escuchado algo más” “¿Qué es cariño?”

La mujer trata de apaciguarlo pasando su mano de forma delicada, de la cabeza al cuello, pero en lugar de tranquilizarse el animal reacciona agresivo. Ella siente la mano pesada, desea alejarla del gato enfurecido, es imposible, tal parece que la mano crece, crece en tamaño y peso, ya está del tamaño del resto de su cuerpo. La enorme mano trasiega buscando algo, busca el gato, busca las piernas, el piso. No encuentra nada.

Anabel tantea en la cama el lado de su marido, entre sueños pasa la mano por la almohada, al sentir el espacio vacío se pregunta qué horas serán. Al abrir los ojos, ve que ya está amanecido. Se levanta con torpeza. En el lavabo se salpica la cara con agua fría, mira un instante al espejo, entonces todo vuelve a suceder como en una película, los detalles se van recapitulando uno a uno, pero ¿Quién jodidos es Estela?. Anabel siente otra vez la pesadez en las manos.

Sabe lo que está a punto de suceder. Retira la vista del espejo.

Alguien llama a la puerta. Es la camarera que trae notificación de la hora de entrega de habitaciones. Hasta entonces, Anabel no recordaba que había pasado la noche en un cuarto de hotel. Después de que su marido la abandonó, se dijo a sí misma “Si tú me abandonas, yo también te abandono”. Ahora sabe que se encuentra a salvo.



Beatriz Osornio Morales. Hampton Va, Mayo 2011.

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