Ese goteo afuera no es de
lluvia. Es el goteo de la disolución. La nieve en el techo tarda en derretirse.
El martes pasado nevó con
intensidad considerable, tanto que cerraron las escuelas de los no sé cuantos
distritos a la redonda.
Hoy es sábado y por fin Salí de casa… maneje el carro a
la biblioteca; al carro y a las casas les colgaban hielos transparentes de las
orillas. Es corta la distancia de aquí a la biblioteca; un par de canciones en
el radio sin anuncios, uno o dos milímetros de hielo derretidos y hemos
llegado, proveyendo que los semáforos estén en verde y los hielos alargados y
delgados. De aquí a la biblioteca hay tres semáforos. En la biblioteca conseguí películas para ver
en casa, es una suerte que te las presten toda una semana y son películas de
actualidad.
Me aburre tratar de contar
las cosas que suceden en forma de diario, es como tratar de vivir la misma cosa
dos veces y es que la vida no se detiene, por eso de las cosas que componen tus
días mejor no hablar.
En cambio el goteo que por
momentos cesa allá afuera, inventa la lluvia aquí adentro. Pero no es la lluvia
torrencial como decía, es el después de la lluvia, el olor a tierra mojada, las
gotas abrazadas a las hojas, reverdecidas por un lustro de humedad, es la calma
que viene tras la tormenta, y un recuerdo sentado junto a mí como único
compañero, con el que hablamos largo rato. El recuerdo busca mis ojos solo de
vez en cuando, sin que eso implique inconveniente para una armoniosa
conversación, sin protocolos y sin conclusiones. Nos alcanzó el anochecer
todavía charlando de las cosas comunes y no tan comunes ni corrientes de la
vida.
B.O.M.