Habìa una ola gigante sobre el atardecer,
y había que bordear las incontables gotas
con los colores de la forma;
la oscuridad marina, sus líneas
difuminadas en el espacio,
donde estalla el abrazo, un sol
rojo
se refugia, perfil sangrante
replegado a la parte ligera y gaseosa,
inclinado en el prominente acantilado,
desde donde la ola salta
en impetuoso vuelo.
El lado oscuro del mar se curva
semicírculo y espuma,
sin rozar el otro extremo, queda
el instante suspendido
en la imposible disolución del rojo,
ola gigante, se abre
volando en el atardecer.
Beatriz Osornio Morales