miércoles, 4 de mayo de 2011


EN EL AEROPUERTO


 
A veces fatiga encontrarse presa del levitar de las cosas, suspenso sin caída, sin ascenso, pendiente de un hilo que nadie alcanza o distingue entre las fibras del espacio.

Comparado con esta sensación, el espacio es limitado, corto para un paseo, para un viaje o el arribo de un avión sin pasajeros, lleno de gente desconocida, no por falta de aeropuerto, el aeropuerto está, aunque es nomás otra estación del viento. Los pasillos abarrotados de gente con gabardinas y maletas pequeñas para un viaje corto, son para Aníbal la muestra de que los extranjeros no vienen a este lugar. Todos los vuelos son domésticos, al menos para algunos lo son.

Este armario antiguo también pende inconcluso, allí frente a la otra cómoda de las muñecas sin cuerpo, los objetos perdidos, con sus seis cajones cerrados y sus cerraduras abiertas, dispuestas todo el tiempo por falta de arreglo. Alguien había perdido la llave y para abrirla de nuevo, trajeron a un cerrajero de los suburbios. El hombre era demasiado bruto para saber cualquier cosa de artefactos de antigüedad, donde se gira la llave en sentido contrario a las manecillas del reloj, como para cerrar. Bajo la fuerza torpe del cerrajero, las aberturas con silueta de mujer cedieron a la violación, no dieron más de sí, desde entonces se planea reemplazar el mueble completo por uno de estilo más contemporáneo, más sobrio, menos elaborado y sobre todo, evitará crear apegos. Al cerrajero se le pagaron honorarios.

La mujer del mostrador que le atiende, indica que necesita contestar la llamada, puede ser sobre el vuelo esperado. Al ver que Aníbal está distraído estudiando los anaqueles de al lado, agrega –por fortuna estos armarios, no son más que anaqueles fuera de uso- Aníbal lee el gafete en el lado izquierdo de la blusa: Ross es un lindo nombre, piensa.

Aníbal se dice, que si los muebles han de ser desechados porque ya no tienen arreglo, y las pertenencias olvidadas no serán reclamadas, para qué esperar. Pero bueno, están arrimados junto a la sala B de la aerolínea nueva, a nadie le estorban…

Sumido en su lógica de los acomodos funcionales en el aeropuerto pasan casi dos horas. Después de su larga espera, el hombre decide irse de regreso por los pasillos, ella no vendrá, cancelaron el vuelo por mal tiempo, la señorita había dicho que una fuerte nevada. Las cosas son lo que son, nosotros las justificamos. El armario seguirá siendo lo que fue antes de que él pensara que pudo haber sido suyo, o de cualquiera que le dé el destino final. Ella no vendrá.

Por el cristal se filtra la luz y la imagen de las nubes dibuja una sombra en la alfombra. El escalador eléctrico también está fuera de servicio…temporalmente.

No se puede uno alejar lo suficientemente rápido de lugares así. –Y pensar que estuve dos horas especulando a cerca de inmuebles y mascotas que deberían estar escondidas tras de sus puertas, dos horas- piensa

Ella no vendrá, no vendrá, punto. El vuelo 711 hace horas que se canceló y él vino a esperarla, no vino porque haya querido sentirse la estrella de cine que viene a lugares públicos a regalar autógrafos, o el muchacho que juega a ser poeta y viene a buscar inspiración en la contemplación del mundo ambulante y estático, a husmear entre la gente y la fricción del caminador rápido de los aeropuertos. Vino a esperarla. No hará notas hasta llegar a la casa. La misma timidez le impedirá ser honesto, como cada vez que intenta escribir palabras como “vientre colgado, revoltura de tripas, puta, puta” o cualquier expresión profana según su moral que todavía no se desarraiga, a pesar de que pretendió ser un pervertido cuando escribió su primer poemario y tuvo la desfachatez de publicarlo con el título de “Poemario de Pornografía”



Beatriz Osornio Morales , imagen de la red.

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