Mañana salimos a lo que será el último tour de navegación
con James. Debo estar en la marina a las 12, medio día, en lugar de a las 11
como habíamos acordado originalmente, no sé en qué estuvo el cambio y
francamente, me importa un comino. Empezaremos el verano velas al viento.
A Lauren, mi mujer, le parece ridículo que vayamos a navegar el
velero alrededor de Hampton, es una ciudad pequeña en la península “¿Vale
realmente la pena todo el tango que toma la preparación para esa corta
travesía?” Y es todavía más increíble que nos tomará tres horas más o menos.
Encallaremos en algún lugar para pasar la noche, y el domingo otras tres horas de regreso, lo que
equivaldrá a navegar seis horas en total. En carro el mismo recorrido tomaría
solo 30 minutos. No esperen que ella comprenda la inspiración del marinero.
Personalmente, no soy marinero, pero hemos llevado amistad con James por muchos
años, lo he acompañado en varias ocasiones, a veces navega por unas horas y se
regresa, otras veces, como mañana, la travesía implica un par de días. La más
larga nos tomó una semana.
Espero que esta vez no nos alcance una tormenta
como la vez de Cape Charles: Estábamos prácticamente en alta mar, era temprano y ya veníamos de regreso cuando a
lo lejos vimos que de pronto las olas se convirtieron en enormes paredes
verdes, las nubes pesadas se pusieron más oscuras que nunca, y no tardó la
lluvia en caer a chorros, obstruyendo la maniobra de las velas, que entre el
viento de más de 25 nudos y las feroces olas, se movían de lado a lado; en dos
ocasiones estuvo a punto de volcarse el velero enrollado en las olas. Nosotros
nos caíamos, nos levantábamos, corríamos de un lado a otro, estibando una vela
y desestibando la otra, girando el mástil conforme nos era posible para
estabilizar la nave, pero el viento no permitía mantenerlo en una sola posición.
La noche anterior habíamos bebido hasta quedarnos dormidos, esa mañana yo traía
una cruda tremenda y el cuerpo no tardó en sentir la debilidad.
Las sacudidas impedían adivinar de donde llegaría el
siguiente empujón fuerte, así que enrollamos y dejamos las velas por la paz.
Esa vez, James perdió su conocida serenidad de hombre
en tierra firme y su modo monosilábico que a veces me desespera; maldecía como
endemoniado. En una sacudida, caí literalmente vaciado del bote, de no ser
porque a pesar de sorprendernos la tormenta, y no dar tiempo de ponernos las
mangas de hule, James insistió en que lo primero y más importante era atarnos
por la cintura con cuerdas más o menos largas, que nos permitirían maniobrar a
lo largo y ancho de la superficie del navío, esto debe ser procedimiento
estándar del marinero.
Mientras yo me debatía con las olas gigantes, el
viento, la cuerda mojada, el cuerpo entumecido, las manos escareadas y la
fuerza del agua para regresar al velero, James seguía maldiciendo agarrado al
timón, más por medida de protección que por otra cosa, una vez enrolladas las
velas desistió de cualquier otra maniobra, pues ni con el motor era posible
mantener el bote en control. Aquello era una vorágine de agua y viento y
movimiento incesante, nuestras voces se perdían en el bufar de los elementos,
era inútil gritar o tratar de escuchar los gritos de James que seguía farfullando
desde el timón. No sé cómo resistí.
Tarde o temprano y de repente, así como llega la tormenta de pronto
llega la calma. Me tomó lo que pareció una eternidad para salir de la
conmoción, tirado en la cubierta donde me arrastré y me arrastré hasta quedar
como lagartijo muerto un rato, en cuanto sentí arder los moretones que me dejo la caída
y supe que estaba vivo.
Cuando por fin, la lluvia ceso por completo, James y
yo nos miramos extenuados de un lado al otro del velero, se nos ocurrió decir
al mismo tiempo “¡Uff, estuvo cerca!” oírnos decir las mismas palabras nos
causó reír a carcajadas, la mía un poco débil “Ésta fue una hija de la
chingada” increpó James, refiriéndose a la tormenta y aventando me una lata de
cerveza desde la heladera “toma, para el susto” “Pero no son ni las doce de la
mañana” replico yo que no acostumbro beber antes del medio día “Si te hace
feliz saberlo, en alguna parte del mundo son las doce”
Beatriz Osornio Morales, imagen de la red.
Nota: amigos, mi computadora está fallando, no he podido encontrarle la solución para ver blogs sin que se me congele, esa es una de las razones ajenas a mi por las que he estado ausente. Espero que se pueda ver este post que he hecho con mucho cariño para los amantes del relato.
8 comentarios:
Bonito relato que nos dejas. Felicidades.
Un abrazo.
El viejo y el mar...Saludos.
Se puede ver afortunadamente, espero que los problemas tecnológicos se solucionen. Precioso el relato en presente y en pasado, hubiera sido muy diferente si el narrador hubiera sido James. Un abrazote
Soy una privilegiada, ya que puedo leer tu precioso relato Beatriz, en el mar las tormentas suelen causar pavor.
Un abrazo.
Beatriz, el final de tu cuento me hizo sonreír. Yo que pensaba que en esta isla los hombres eran unos degenerados con sus "en alguna parte son las cinco". Las doce, eso es difícil de superar!
Hace poco re-visité Amores Perros, lo de la hija de la chingada solamente los mexicanos lo pueden decir con tanto sabor ;)
Besos, suerte con tu computador.
Navegando con su pelo al viento, no se sabe lo que vendrá...El mar es una música que se sigue sin apenas adivinar aquello qué nos depara.
Ella, mirada al horizonte, apuntaba con sus pechos un rumbo con valor a lo que sucederá y aquella travesía, tenía malos augurios para navegar pero ella ; indomable de espíritu como quien ahonda en su corazón. Buscaba verdades del ateo y de la biblia que tan sólo se buscan en la adversidad de los corazones. Con hambre canina estaba dispuesta a verse las caras con el destino y aquel destino, era la tormenta y el mar...
Dias antes, Susan proyectaba una aventura a vida o muerte; algo existencial para afianzarse aún más a la vida que la vió nacer. Deseaba ponerse a prueba con las fuerzas de la naturaleza y en ese litigio, hallar en su corazón el motivo y la explicación de por qué cosdas tan simples, se hacen complicada en su búsqueda...
Susan tenía los días contados en un reloj que da marcha atrás antes de morir. Necsitaba en vida una prueba sublime a traves de la cual, tantas y tantas dudas se solucionarían si su pellejo adelantara su muerte con la mala suerte de que todo saliera mal...
El oleaje por momentos cogía altura y yo manejaba el timon lo mejor que podía. Susan, con los primeros rayos de la tormenta, se quitó su camiseta para mostrar su pecho desafiente a la naturaleza, con los brazos alzados en un continuo vayven de babor a estribor, puso su alma y su cuerpo a la ley natural de la vida. Yo intentaba capear el temporal para no caer ahogados y le gritaba ¡¡estas loca,estas loca!!...
Una ola nos derribó a los dos. Susan sangraba por una mejilla y yo me rompí un brazo. La tormenta no cesaba y yo me arrastraba hasta ella como podía para protegerla y ella, siempre ella, me dió un beso cuando lo menos que esperaba era que se lanzara al mar...
No comprendo la naturaleza del ser humano. Si algo aprendí si ha sido del valor de algunas personas cuando adelantan su muerte buscando algo que bulle en su interior...El cuerpo de Susan fue rescatado yo sin vida a una molla de distancia y en su boca, jamás se le borró aquella sonrisa...
Bea, lo inesperado de la aparente linealidad de lo que hacemos, gira y nos da un vuelco a todo lo previsto. Excelente precisión de ese momento es tu relato, el que dibujan tus palabras. Feliz verano, quizá paso a saludare de pronto en estos meses. Te abrazo fuerte querida escritora.
Me encanta el cierre, y la razón para que no soslayaras la cerveza, después de tan tremendo susto "..en alguna parte del mundo son las doce del día...", UN abrazo. Carlos
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