Tres ratoncitos
ciegos merodeaban por la celda de la hermana Sofía. Cada vez que la
hermana tomaba su misal y se ponía a rezar vísperas, salían las
colas largas de una rejilla en la pared. A juzgar por las
apariencias, la única función de la rejilla es circular la
ventilación, si no es para eso, es una rejilla inútil, casa de
ratónes y otros mundos paralelos a la imaginación de la hermana
Sofía, que siempre tuvo una vívida imaginación.
La hermana continúa
rezando pero con el rabo del ojo, vigila cómo los ratoncitos salen
uno a uno, con la sutilidad del que anda de puntillas para no hacer
ruido, se siguen el uno al otro tanteando el ambiente con los
bigótes. Son casi identicos en el tamaño y el color café
descolorido, pero uno de los ratones tiene rota la oreja izquierda “la
derecha” se corrige la hermana Sofía, quien fue llamada por la
Madre Superiora para ser amonestada por no bajar a ayudar en la
preparación del merienda.
“Me quedé
pasmada. Siempre me pasma la mirada de los condenados” se justifica
la monja restregandose las manos con nerviosismo en el hábito negro.
- ¿Cuándo
comenzó ese lío de los ratones?
- A las
pocas semanas de mi traslado
- Y ¿Antes, nunca antes, en el otro convento, nunca?
- No, Madre...No se encuentran ratones ciegos a cada rato, ratones sí, primero en el dispensario, luego se les colocarón trampas en cada rincón, y las criaturas optaron por trasladar lo que quedaba de la manada al hueco bajo las escaleras, en poco tiempo se recuperaron en número. Por las noches se paseaban por el comedor, en la cocina, y en los botes de la basura; así subsistían. No eran gordos, pero tampoco eran ciegos.
- ¿Cómo sabe hermana que son ciegos?
- Los ojillos briosos tienen una velo opaco...como los pescados muertos- Describe la hermana Sofía con tono de agitación
La Madre Superiora
suspira incrédula y a la vez convencida de que seguir con el cuento
de los ratones, no llevará a ninguna parte.
-¡Válgame
Dios!-se persigna la Madre Superiora. Hace cinco meses de su
traslado, ya no debe ser novedad la habitación, así que tampoco
puede seguir siendo excusa para faltar a sus labores, recuerde sus
votos de obediencia.
La madre Sofía sale
algo desalentada de la oficina, se dirige a su celda directamente. Al
entrar a la habitación se deja inundar un instante por la luz del
atardecer que entra por la pequeña ventana alta, allí se filtra la
realidad del encierro con la realidad externa, una realidad
inalcanzable para la hermana Sofía. Pero para las partículas de
plvo que flotan ingrávidas en la luz no es imposible ser parte de
otros mundos. La monja abre el cajón del buró de donde saca su
misal. Entrega su voluntad a las palabras que lee, al instante
escucha el rumor que proviene de la rejilla oculta en la penumbra,
tras de la luz. En seguida empieza el desfile de ratoncitos. La madre
escucha sin moverse y observa por encima del misal.
De pronto, el
ratoncito de la oreja rota, que parece guiar al resto, se detiene con
los ojos puestos en la hermana Sofía, esta coloca el misal en la
cama, se levanta y sigue a los ratoncitos ciegos sin darse cuenta de
sus pasos. Esa noche, los ratones desaparecieron junto con la hermana
Sofía, de quien no se ha sabido nada a pesar de la ardua busqueda
que el convento ordenó al siguiente día.
Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red.
Nota: Este cuento lo debí haber publicado en el sol de los ciegos, pero dado que ya lo subí, aquí lo dejo, espero les guste.
Nota: Este cuento lo debí haber publicado en el sol de los ciegos, pero dado que ya lo subí, aquí lo dejo, espero les guste.
6 comentarios:
Se han marchado a un clínica oftalmológica, o tal vez sonó el instrumento del flautista de Hamelin. Saludos.
Nunca sabremos que ha sido de ellos, acaso en otro cuento reaparezcan pero no creo. El cuento aqui queda muy bien y a mi me gusta. Un abrazo
Es una historia muy tierna.
Un abrazo.
Hola, que bonito, la llamaban a la libertad y veían con los ojos del alma. Saludos y besos.
La llevaron a dejar de lado su ceguera, en este caso ese misal que en todo momento se encontraba en sus manos.
Como ya no es ciega, pudo escapar de su encierro.
Fin.
Saludos,
J.
Me ensalmó grandemente, Beatriz, este cuento de los ratoncitos ciegos. El final, qué buen cierre: mágico- Un abrazo. Carlos
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