Caigo fácilmente ante los encantos del realismo mágico. Una vez conocí a una mujer en Estados Unidos que admiraba también este tipo de expresión. Ella era la directora de una preparatoria, muy ocupada en la orden administrativa del organigrama como para otra cosa. Hasta entonces pensé que la corriente del realismo mágico era exclusiva de la cultura latinoamericana, sudamericana por sus orígenes en las búsquedas de García Marquez, obvio.
Expandiendo mis limitados conocimientos y abriendo mi mente a nuevos, también me sorprendió saber que la carrera original de dicha señora había tenido que ver con la música, otro tipo de arte. ¿Cómo fue a dar en la burocracia?. Esa no es una pregunta que pueda yo contestar, y quizá no tenga nada que ver con lo que en realidad me motivó a hablar sobre este tema aquí.
Leyendo un antiguo diario del 2017, encuentro que el aire de realismo mágico ha sido parte vital y constante, aunque no exclusivamente en el quehacer de la escritura. Por ejemplo este pequeño recuerdo, surgido de la invocación a la ficción, en el cual se antepone el recuerdo.
Cuento, cuéntame algo porque un cuento que no cuenta no es cuento. Así de árido está el suelo de un Miércoles, pero ya desde el martes andaba por el desierto así que, el camino es largo y estéril para encontrarse. Ante la imposibilidad de encontrar ficción, hago sombra con una mano sobre mi frente, para proteger mis ojos y distinguir algo a lo lejos, donde el viento arrastra la arena alrededor de un objeto circular. ¿Qué puede ser? Mi lógica afirma que debe ser un espanta vaqueros, pero el objeto crece en su rodar con las arenas del desierto.
Los espanta vaqueros son unos arbustos secos que recuerdo de mi infancia. Tienen ramas esparcidas como las enredaderas, pero más gruesas. Crecen en los llanos y dan unas flores en forma de campana entre morado y azul, así como fiusha. Esas campanas son mucho más grandes que las de las enredaderas comunes. Cuando el arbusto se seca, forma un armajo crujiente que el viento arrastra, hace rodar, y éste crece con todo lo que colecciona a su paso. No sé por qué le llaman así. Supongo que en un pasado impreciso y remoto, los vaqueros temían que aquellas visiones asustaran las manadas de vacas.
De chicos a mí y a mis hermanos nos hacía feliz encontrarlos, sobre todo en invierno. Con unas cuantas bolas hacíamos altísimas luminarias; aun recuerdo sus altas torres que tocaban el cielo.
Como en este caso, el realismo tiene que ver con la experiencia vivida, como la semilla de algo que quizá en algún momento prueba ser imposible en el mundo de la realidad, y de tal forma se manifiesta en el intento de una nueva ficción que no separe la experiencia (aspectos de la realidad) de la creación. Su maestría consiste en saber difuminar los bordes de lo uno en lo otro.
Así comprendí que aquella señora, que aún vive pero en mi vida ya es parte del pasado (se mudó a otro distrito) es también una muestra del realismo mágico natural.
Beatriz Osornio Morales. Imagen de. Pinterest.