Llegué al parque sin observar
conscientemente una sola sensación física. Era casi el final del verano. Al
cruzar el puente vi la luz de un radiante amanecer en el oriente, y escuché el ruido de los carros abajo,
frenando ante el semáforo, pensé en un
enjambre de insectos sobre la carroña. Percibí el olor a humo de los escapes
mezclado con el aire húmedo por el rocío. Y otra vez el ruido del tráfico, la corriente de un viento fuerte entre las
ramas que hojea desinteresadamente un
libro. Me di cuenta de esas cosas, pero
la percepción de los sentidos no se considera como una sensación física, o ¿si?.
Del otro lado de los pensamientos, a
la sombra espesa del bosque que he llamado por puro gusto “El Bosque de las Libélulas” mis pasos siguen constantes en su ritmo, hoy
no vi ninguna libélula. Y llegue al parque, y me senté en una mecedora que
colocaron justo en mi lugar favorito; frente al lago verde azul con franjas de
violeta, ese espacio abierto desde donde se ve cómo las cosas alrededor, vacían
su forma en el agua ¿para conocerse un poco? el viento forma ligeras olas en la superficie de los árboles líquidos, las
nubes....la mecedora parece moverse al compás de las micro olas. Es un día
tranquilo y...de pronto me doy cuenta de que mi cerebro sabe sin que yo sepa,
sabe cómo funciona o hace funcionar el cuerpo; los músculos, cada hueso, los
nervios, los ojos, la lengua, la mano, las palabras y, lo sabe mejor que yo, yo no sé como funciona cada uno de ellos.
Entonces me entran unas
ganas locas de conocer lo que soy. Me viene a la mente una frase que he visto
repetidas veces “El conocimiento más difícil de adquirir, es el conocimiento de
sí mismos” es cierto, hablamos del propio cerebro como si habláramos de alguien más. Para
conocerse a uno mismo, habría que conocer al cerebro, pero éste, es un
desalmado al que le gustan los secretos, tiene curiosidad sobre muchas cosas, y
está siempre en busca de algo, pero solo él sabe lo que busca, quizá lo sepa.
El caso es que desde entonces, me ha dado por espiar a mi cerebro en un
interminable juego de las escondidas, la cosa es ¿Me
busca él también a mi?
Beatriz Osornio Morales, imagen de la red: El Genio de Figueras
8 comentarios:
Nunca terminamos de conocer nuestras posibilidades y nuestros límites. Un abrazo.
No terminamos de conocernos, tampoco se si es importante, nos vamos descubriendo a errores, nos memorizamos a risas y nos encontramos a ratos. Un abrazo
Malo será el día en el que no nos busquemos mutuamente.
Besos.
Una oportuna alusión a la película en el titulo, para que el lector cuente con una bitácora para la lectura de tu texto, en esa dualidad de la personalidad que creíamos sólo era cuento de la ficción o el cine. Bien abrió Stevenson el camino con su novela, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Por ello, hay que atender a la recomendación de cierre del cuento: "El caso es que desde entonces, me ha dado por espiar a mi cerebro en un interminable juego de las escondidas, la cosa es ¿Me busca él también a mi?". Un abrazo. Carlos
Él nos encuentra a nosotros, pues nos lleva siempre la delantera, cuando nosotros llegamos, él ya vuelve y así no hay manera de ir al unísono. Me ha gustado tu entrada Beatriz.
Besos.
Hay algo encantador y estimulante en ese juego infinito de autodescubrimiento. Sin duda hay que escuchar esa sed de conocimiento y exploración, porque no sólo nos conectaremos con lo que en verdad somos, si no con lo que en verdad es todo lo demás: La vida, la humanidad, el mundo, el universo. "Nosce te ipsum et nosces universum et deos", la inscripción en el templo Delfos "Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses". Bajo esta idea -y que comparto totalmente- puedes acceder a la verdad de las cosas a través de tu propio verdad.
Entrar a esos recovecos desconocidos de la mente, a esos laberintos emocionales, a esos trucos psicológicos, a esa fibra mágica y espiritual, y entender nuestro cuerpo, nos da más amplitud para captar y percibir limpiamente el mundo exterior.
Interesantísima entrada.
Más brutal aún sería descubrir que no le interesamos a nuestro propio cerebro, que ya nos conoce lo suficiente y sabe cómo ignorar nuestras demandas.
Saludos,
J.
Fabuloso el paralelo entre el yo que habla / su cerebro y la realidad concreta del parque / su reflejo en el agua. Creo que en ciertas corrientes espirituales el agua es símbolo del pensamiento.
El juego no se acab nunca y al final ¿quién busca a quién?
Besos!
Publicar un comentario