Solté la mano
que me sostenía, tuve que perderle el miedo a los adverbios de
cantidad, y empecé a dar pasos como un niño que aprende a caminar
por primera vez, sin contar las palabras.
Caminé, un paso a
la vez, pie tras pie. Es mejor no mirar hacia atrás, pensé. Y seguí
andando hacia el mar. A lo lejos se fundían el océano y el cielo en
un mismo tono de vapor azul. Pero antes, noté que de
donde me nacían los acanatilados en los ojos, el pasto se confundía
con moho. Solamente por que sé que son acantilados los distingo.
Para el que mira desde éste ángulo, los acantilados son una línea,
un corte que acaba de pronto en orilla. En este momento el verde y el
azul son las únicas texturas reconocibles. Sigo.
El viento peina mi
frente con el frío particular de noviembre. Mi marido espera sentado
en la roca donde me propuso matrimonio hace treinta años. De pronto
siento la tentación de voltear. Continúa escribiendo, grita él
desde la roca, en el fondo piensa “Si no para nos iremos al
abismo” Ella sigue, centrada en la fonética de las palabras
indiferentes al destino de los amantes.
Hoy en día, de todo
aquello solo queda la mancha del acantilado colgado a la pared, donde
el mar azota sus olas y salpica la leyenda del amante que se lanzó
al mar tras de su amada. Tarde comprendió que la mancha era un
intento de consolación.
8 comentarios:
Es triste y bello, un relato de amor, de amor infinito porque no termina el amor cuando termina la vida. Luego queda la última frase
“Tarde comprendió que la mancha era un intento de consolación” que es tu seña de identificación. Abrazos
Hola Beatriz.
Excelente el relato, bonito y diría que poético.
A veces pienso, respecto al tema de perder la vida por amor, qué pasará por la mente de aquellos que “se atreven”, al final el otro sigue viviendo y uno va para el hoyo (para siempre)
¿O será que yo no he amado con locura? Qué sé yo, el mundo es un delirio.
Saludos!
Siempre se comprende tarde las cosas que realmente importan. La distracción general nos perjudica en todo momento.
Saludos,
J.
Un relato que me ha encantado, aunque con final trágico Beatriz.
Besos.
La fortuna de de escribir desde el correlato, para fundir las historias, donde el narrador se pierde. UN abrazo. Carlos
Dicen que recordar es vivir y seguro que la mancha lo lograba. Saludito
Me recuerda la leyenda de Acoitrapa y Chuquillanto, una de las historias más queridas de mi infancia.
Un beso!
Veo que ambas nos ausentamos bastante, te dejo aquí, grabado, mi abrazo de reencuentro para cuando vuelvas también.
Pienso que las palabras son un arma de doble filo, hay que saber cuándo y cómo pronunciarlas para que su efecto sea el deseado. La indiferencia con la que a veces tocamos o ignoramos los sentimientos ajenos puede llegar a ser muy cruel, sinceramente debemos aprender a desenfrascarnos de nosotros mismos.
No sé si los protagonistas están o estaban destinados a un drástico final, pero es cierto que hay relaciones o situaciones en la vida en las que uno se siente como si estuviese a punto de lanzarse en un acantilado.
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